martes, 3 de enero de 2012

Culpables.

¡Culpable! ¡Eres el culpable! ¿No sabes por qué aun?
Culpable de que no me reconozca ni yo misma. Culpable de mis despistes, de que esté con los pies lejos de la tierra y de que no sepa ni en que planeta están. Culpable de todos y cada uno de los suspiros que se me escapan inconcientemente o de que las palabras se me amontonen en los pulmones al hablar contigo haciendo que me asfixie. Culpable de indefinidos cargos a tu cuenta.
Simplemente por tener tú las armas del crimen, esa condenada sonrisa y esos malditos ojos color miel, con los que cometes cada uno de mis asesinatos. Solo por hacer que mi corazón se pare cuando te escucho pronunciar mi nombre. Por ser capaz de romper todas mis defensas con un único roce de tus manos con las mías. Por esos detalles que envenenan dulcemente como una droga.
La escena del crimen da lo mismo. Te da igual acabar conmigo a solas o rodeados de gente, porque no sabes que lo haces. No hace falta ni que estés presente, en cualquier momento o lugar, sin saberlo, me matas. Me sigues hasta el mundo irreal de mis sueños para que no haya testigos.
Y confieso que a veces soy cómplice, que aunque vea que inconcientemente me matas poco a poco no huyo, no salgo corriendo. Aunque ya me hayas asesinado más veces de las que te imaginas, tantas que ni las he contado, vuelvo a por la siguiente. Aunque al hacerlo mi corazón se pare por un segundo vuelvo a mirar tus malditos ojos color miel, me miras, y disparas una de tus condenadas sonrisas, caigo muerta de nuevo. Confieso que aunque me asfixie al hacerlo no puedo dejar de hablarte, ni de pronunciar tu nombre para que tú pronuncies el mío. Confieso que intento darte pie a cada uno de tus detalles, porque tengo una mala adicción a esa droga. Y que maravilloso masoquismo me invade cuando lo haces.
¿Ves? Los dos somos culpables.

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